Pilar llevaba tiempo preparando cuidadosamente aquella velada. La idea surgió al pensar en la excitación que descubrió que sentía cuando estaba en compañía de sus amigas de más confianza, Flora, sobre todo. Con ellas hablaba de todo, de su matrimonio, de sus amantes, de los subterfugios que inventaba de vez en cuando para quedar bien con sus amigas. Pequeñas mentiras a su marido que entonces servían de poco, ya que él no era estúpido, y mucho menos celoso. Sin embargo, disfrutaba interpretando a la esposa infiel que tiene que esconderse de su opresor marido.
Sólo le había confesado a Paula sus experiencias lésbicas de muchacha, con el claro objetivo de iniciar una relación con ella. El resultado no había sido el esperado, pero su amiga mostró interés y curiosidad, sin darle nunca la oportunidad de dar el paso definitivo y decisivo.
A Paula le confesó el plan. “Quiero intentar llevarte a ti, a Flora y a Carmen a la cama. Organizaré la inauguración del piso que he comprado en el centro. Qué te parece, ¿me ayudas?”. Su amiga guardó silencio durante unos segundos que a Pilar le parecieron interminables. Luego volvió a levantar los ojos y dijo: “De acuerdo. Siempre y cuando no cambies mi disposición a ayudarte por la certeza de que participarás en la orgía”.
Era un sí, Pilar no se lo podía creer. Dio las gracias a su amiga y comenzaron los preparativos. El piso estaba amueblado según lo previsto. Un gran salón con bar y equipo de música para crear el ambiente adecuado y un dormitorio con espejos en el techo y dos paredes, un armario clásico y una enorme cama redonda en el centro.
Llegó la noche del estreno y los amigos llegaron puntuales como siempre. Carmen, la más descarada, enseguida señaló con el dedo el dormitorio: “Te gusta mucho ver las acrobacias de tus amantes desde todos los ángulos. Un poco como los partidos que ve mi marido en la tele”. La ropa del grupito era sencilla y sexy. En particular, Paula llevaba una minifalda negra muy corta que envolvía perfectamente su trasero, objeto de envidia para sus conocidas y de conquista para los hombres.
Pilar, con su blusa blanca transparente, esperó a que la tasa de alcohol fuera lo suficientemente alta para llevar a cabo sus intenciones. “Paula, venga, enséñanos qué tanga has elegido de tu colección para honrarme”. La cómplice se levantó, dio la espalda a sus amigas y se subió la minifalda de un brusco tirón. Durante un segundo que pareció interminable, se hizo el silencio. Paula no llevaba nada, ni siquiera un pequeño tanga, y nos mostró a toda la belleza de sus nalgas y su conchita bien depilada.
“Esta noche te has puesto lo mejor que tienes”, dijo Pilar riendo. Las amigas se deshicieron en comentarios jocosos que normalmente sólo se oyen en los puertos. Cuando se dieron cuenta de que la azafata estaba besando y acariciando las perfectas nalgas de su amiga se acabaron los comentarios.
Sus ojos se iluminaron. Pilar captó el cambio y con un ligero toque en la espalda de Paula la hizo inclinarse para dejar al descubierto su sexo. Pilar no añadió nada más. Se levantó, me cogió de la mano y se dirigió al dormitorio. Sus amigas la siguieron en silencio. Carmen perdió su habitual equilibrio y se estiró desnuda sobre la cama abriendo las piernas, ofreciéndose a la lengua ávida de Pilar y sus otras amigas. Los besos, caricias y juegos de lenguas continuaron durante largo rato, para placer de todas. Para terminar con broche de oro, Pilar cogió el strap-on que había comprado para la ocasión y las cuatro amigas se turnaron para penetrarse mutuamente el chochito y el culo, mientras las demás se lamían y chupaban el clítoris, enloquecidas de placer, en una orgía lésbica sin límites ni inhibiciones.
Pilar había conseguido lo que quería. Como siempre.